Del 1985 a hoy
La consulta médica sin Wifi

Hubo un tiempo —y no es cuento— en el que ejercer medicina era un acto profundamente artesanal. La consulta empezaba cuando el paciente entraba por la puerta, no cuando enviaba 14 mensajes de WhatsApp antes de ser atendido. Uno observaba, auscultaba, escuchaba… y pensaba. La intuición clínica no competía con ningún algoritmo, y el único ruido en el consultorio era el del tensiómetro liberando aire, no el del celular vibrando con un “Doctor, ¿ya vio mis exámenes que le acabo de mandar hace 5 minutos?”. Era una medicina más lenta, más silenciosa… y, en muchos sentidos, más humana.
Hoy… hoy vivimos en otro planeta.
Y no es malo: simplemente es otro mundo.
Los pacientes llegan mejor informados, más curiosos, con preguntas que antes jamás habríamos escuchado:
—¿Es cierto que el hígado puede deprimirse?
—¿La tiroides se reinicia con aceite de orégano?
—Doctor, Google dice que tengo algo raro… ¿usted qué opina?
La consulta dejó de ser un diálogo de dos y se convirtió en una mesa redonda donde participan el médico, el paciente, Google, YouTube, TikTok y, ocasionalmente, la peluquería. La información viaja más rápido que nunca y, con ella, la expectativa de que uno tenga una respuesta inmediata para todo. Lo que antes se revisaba —con calma y dignidad— en libros de 800 páginas, hoy se espera que salga “de memoria” en tiempo real.
En aquellos días, cuando un paciente llegaba con síntomas que no encajaban —de esos que uno no sabía si eran del hígado, del colon o del espíritu santo— existía una estrategia elegante y universal:
“Hazte este examen de sangre y regresa pasado mañana.”
Ese “pasado mañana” era una joya clínica. Permitía llegar a casa, abrir libros, subrayar, comparar diagnósticos diferenciales y reconstruir el rompecabezas con paciencia, sin notificaciones, sin WhatsApp y sin fotos de uñas enviadas a las 11:37 p. m. preguntando: “¿esto es normal?”.
La medicina cambió… y también nosotros.
Hoy es un arte más horizontal: conversamos, explicamos, desmitificamos, y corregimos diagnósticos de internet. Tenemos más información que nunca… pero también más ruido que nunca. Y aunque a veces Google actúa como el opinador más entrometido del consultorio, la relación médico-paciente todavía tiene espacio para la confianza, la calidez, el humor y, afortunadamente, seguimos siendo amigos de nuestros pacientes.
El oficio sigue vivo.
Porque al final, entre mitos, algoritmos, listas de síntomas y consultas digitales, nada sustituye ese instante en el que un paciente te mira y dice:
“Barcha,… dejo en tus manos la decisión, confío plenamente en tu juicio..”
En ese momento —justo ahí— la medicina vuelve a ser lo que siempre fue:
humana, cercana y profundamente necesaria.
Del MERCADO de la vida diaria
El trabajo sentado es más peligroso de lo que parece

Basado en el estudio: Occupational Sitting Time, Leisure Physical Activity, and All-Cause and Cardiovascular Disease Mortality. JAMA Network Open, 2024
¿Qué investigaron?
Este estudio quiso responder una pregunta sencilla pero crítica:
¿Sentarse muchas horas en el trabajo aumenta el riesgo de morir, incluso si uno hace ejercicio?
Para eso analizaron datos del programa de salud de Taiwán, con una muestra gigantesca: 481.688 personas, todas adultas, libres de enfermedad cardiovascular al inicio, seguidas durante un promedio de 12.85 años. Se clasificó a los participantes según cuánto tiempo pasaban sentados en sus trabajos (bajo, moderado o alto) y se cruzó esta información con su nivel de actividad física en el tiempo libre.
2. ¿Qué encontraron? (datos duros)
Los resultados fueron muy claros:
Quienes pasaban la mayor parte del tiempo sentados en el trabajo tenían un 16 % más de mortalidad por cualquier causa.
También tenían un 34 % más de mortalidad cardiovascular, en comparación con quienes no pasaban tanto tiempo sentados.
El riesgo subía incluso si la persona “hacía ejercicio” pero luego pasaba 8–12 horas en su escritorio.
La actividad física en el tiempo libre, sí, mitigaba parte del riesgo: quienes lograban moverse 15–30 minutos más al día reducían esa diferencia de mortalidad hasta niveles similares al grupo menos sedentario.
3. ¿Qué concluye el estudio?
Sentarse demasiado no es simplemente “un hábito cómodo”: es un factor de riesgo independiente, similar —en impacto— a fumar algo, dormir mal o comer muy mal.
La conclusión del estudio es contundente:
la actividad física regular NO compensa completamente los efectos de estar largas horas sentado.
Para proteger el corazón y reducir la mortalidad, no basta con hacer ejercicio: hay que interrumpir el sedentarismo durante el día.
4. Mi comentario
A veces siento que nuestras nalgas deberían tener un enlace al teléfono y te dieran un aviso:
“Uso prolongado de silla: has aumentado tu riesgo cardiovascular !”.
Porque esto es lo que el estudio básicamente demuestra: puedes caminar una hora en la mañana, sentirte héroe fitness… y luego pasar 9 horas inmóvil frente a un computador. Eso, metabólicamente, es como desayunar ensalada y después almorzar tres buñuelos con gaseosa. El cuerpo, como Lucifer, no solo anota todo lo que le debes… sino que además te cobra con intereses.
Si pasas el día “pegado a la silla”, tus músculos entran en modo ahorro energético, la glucosa empieza a circular sin rumbo, los triglicéridos se ponen cómodos, y tu circulación se vuelve tan lenta como la fila de citas de una EPS.
Y claro, después uno se pregunta por qué sube la presión, por qué el azúcar se descontrola, o por qué el colesterol “se portó mal”.
La buena noticia es que no necesitas correr una maratón. Basta con levantarte cada hora, estirar las piernas, caminar mientras contestas llamadas, subir un par de escaleras o hacer cualquier mini-movimiento que le diga al cuerpo:
“Tranquilo, sigo vivo.”
Ajá, y qué con lo que siempre hemos dicho?
Prediabetes: el giro inesperado que nadie veía venir

Durante años —y con razón— hemos repetido que bajar entre el 5% y el 7% del peso corporal es clave para revertir la prediabetes. Pero un reciente estudio publicado en Nature Medicine acaba de movernos el escritorio: demostró que más del 20% de las personas con prediabetes lograron normalizar su glucosa… sin bajar un solo kilo.
Sí, leíste bien. Nada de metamorfosis en la báscula, nada de “doctor, pero sigo pesando igual”, y aun así, su metabolismo cambió lo suficiente para revertir la condición. Esto abre una puerta gigantesca para miles de personas que sienten que fracasan porque la balanza no los aplaude, pero por dentro están mejorando.
El estudio siguió a 1.105 personas durante un programa intensivo de un año, con un seguimiento de 9 años. Lo fascinante es que quienes no bajaron de peso, pero sí mejoraron su sensibilidad a la insulina, lograron un cambio clave: migraron grasa del compartimento visceral al subcutáneo, la famosa “reubicación de activos” metabólicos. La grasa subcutánea —la que está bajo la piel— es inocente; la peligrosa es la visceral, la que abraza el hígado, el páncreas y las vísceras como un familiar intenso que no entiende el concepto de espacio personal. Ese cambio de distribución fue suficiente para que muchos entraran en remisión sin perder peso total.
Este fenómeno es similar a lo que hacen algunos medicamentos, que redistribuyen la grasa hacia depósitos más seguros, mejoran la sensibilidad a la insulina y bajan el riesgo de progresión… pero sin necesariamente adelgazar.
Solo que aquí no hubo medicamentos: solo cambios en dieta, ejercicio aeróbico, ejercicios de resistencia y mejoras en la calidad de las grasas consumidas. Resultado: menos grasa visceral, mejor respuesta a la insulina y mucha más probabilidad de evitar la diabetes en los años siguientes. Un recordatorio de que a veces el metabolismo mejora antes que la balanza.
Y este es el mensaje que más me entusiasma decir en esta newsletter: tu cuerpo puede mejorar antes de que lo veas en el espejo. Por eso siempre insisto en celebrar “victorias no basadas en la báscula”: caminar sin ahogarse, ropa que aprieta menos, mejor energía, cintura que disminuye, glucosa que se estabiliza. Este estudio confirma algo que vemos en el consultorio todos los días: la prediabetes no se combate solo bajando peso; también se revierte moviéndose más, comiendo mejor, entrenando fuerza y bajando la grasa visceral, incluso cuando el número en la báscula se queda congelado como si protestara.
Referencia
Nature Medicine (2025). “Remission of prediabetes without weight loss in the Prediabetes Lifestyle Intervention Study.”
DOI: https://www.nature.com/articles/s41591-025-03944-9
Del riesgo en depresión
El celular a medianoche y el riesgo de ideas suicidas

Este estudio (Passive vs Active Nighttime Smartphone Use as Markers of Next-Day Suicide Risk) tiene nombre de thriller tecnológico, pero el argumento es muy humano: 79 adultos con ideas suicidas recientes aceptaron que su celular les tomara un pantallazo cada 5 segundos durante 28 días (sí, cada 5 segundos), mientras respondían encuestas varias veces al día sobre su estado de ánimo y sus ideas de hacerse daño. Con esa locura de datos, los autores miraron qué pasaba en la noche: a qué hora usaban el teléfono, cuánto rato lo dejaban quieto y si lo usaban de forma pasiva (scrollear) o activa (teclear, chatear).
¿Y qué encontraron? Que el combo “celular + madrugada temprana” puede ser una mala compañía: el uso del teléfono entre las 11:00 p. m. y la 1:00 a. m. se asoció con más ideación suicida y más planificación de la idea al día siguiente. Es la hora en que ya no hay tanto soporte social, uno está cansado, rumia más y el algoritmo feliz de la vida sirviendo contenido que no siempre ayuda. En cambio, quienes lograban un descanso de 7 a 9 horas sin pantallazos tenían menos ideas suicidas que los que solo desconectaban 4–7 horas: es decir, ni muy pegado al teléfono ni “duermo a pedacitos”, sino un bloque decente de desconexión.
La parte curiosa (y algo contraintuitiva) es que no todo uso nocturno del teléfono fue malo. Cuando el modelo detectaba teclado en pantalla —es decir, alguien escribiendo activamente— entre la 1:00 y las 5:00 a. m., esa actividad se asociaba con menos ideación suicida, tanto en la ventana de “sueño” como fuera de ella.
Traducido al idioma de la vida real: no es lo mismo quedarse solo scrolleando en silencio, comparándose con medio planeta, que escribirle a alguien, mandar un mensaje, pedir ayuda, desahogarse o incluso teclear en una nota personal. El estudio sugiere que la pasividad frente a la pantalla puede ser más peligrosa que el hecho de estar despierto con el teléfono.
Mi lectura como médico es esta: si una persona con riesgo suicida está siempre conectada en la noche, no sirve de mucho que solo le digamos “baja el tiempo de pantalla”; hay que afinar el mensaje. Tal vez la recomendación deba ser: intenta tener un bloque largo de desconexión (7–9 horas), evita quedarte scrolleando solo entre 11 y 1, y si en plena madrugada estás muy mal, es mejor teclear y buscar conexión que hundirte en el scroll infinito.
Y, por supuesto, si alguien que me lea siente que estas descripciones le suenan demasiado familiares, el consejo fundamental es: hey, habla con un profesional de salud, llama a una línea de ayuda, dile a alguien de confianza que necesitas apoyo. El teléfono puede ser parte del problema… o parte de la solución, según cómo y cuándo lo usemos.
Referencia:
Jacobucci R, Jones SG, Blacutt M, Ammerman BA. Passive vs Active Nighttime Smartphone Use as Markers of Next-Day Suicide Risk. JAMA Network Open. 2025;8(11):e2542675. doi:10.1001/jamanetworkopen.2025.42675.
Para brindar en fiestas decembrinas

Diciembre llega con natilla, buñuelos, villancicos… y ese paciente que dice “doctorcito: es que solo fue un traguito”. El problema es que, después de los 50, el cuerpo ya no procesa el alcohol como cuando uno tenía 20 y desayunaba empanada después de una fiesta sin sentir molestia. Ahora el hígado protesta, la presión se sube sin pedir permiso, y cualquier “copita” puede convertirse en un ensayo clínico no aprobado por la FDA si se mezcla con los medicamentos que muchos toman a diario. Y claro, todo esto ocurre mientras uno intenta disfrutar la fiesta sin que la familia note que está contando mentalmente cuántos miligramos de losartán lleva encima.
El primer punto sensible son los antihipertensivos. Toma esto como una advertencia cariñosa: alcohol + presión arterial + medicamentos = una ruleta rusa de mareos, caídas, desmayos y conversaciones profundas con el piso. Lo veo cada año: personas que amanecen en urgencias sin recordar si fue el whisky, la natilla, el vals o la combinación fatal con su enalapril. Y ni hablar de quienes usan diuréticos… porque ahí sí que el alcohol los convierte en una fuente inagotable: deshidratación al 2x1 y un riñón viendo la vida pasar en cámara lenta.
Luego están los analgésicos y antiinflamatorios, los famosos AINES que en diciembre se toman como si fueran masmelos: “me dolió la rodilla bailando, pero ya me tomé dos de estos rojitos… y ahora sí, pónganme merengue”. Grave error. Alcohol + AINES puede irritar el estómago, subir la presión, alterar los riñones y, en casos extremos, provocar hemorragias que arruinan cualquier novena. Para completar el combo, muchos creen que pueden tomarse un antiácido para “proteger el estómago” después del aguardiente, como si el cuerpo fuera un laboratorio químico y ellos los directores del experimento.
Y finalmente está la mezcla más subestimada: alcohol y medicamentos para el sueño o la ansiedad. Ahí sí que diciembre se convierte en película de suspenso. Esas combinaciones potencian la somnolencia, disminuyen los reflejos, aumentan el riesgo de caídas y pueden complicar la respiración. En resumen: uno piensa que está “solo relajándose”, pero el sistema nervioso central está haciendo huelga. Así que mi recomendación navideña es simple: disfruta, ríe, come sin mucho procesado, brinda con mucha soda, mucho hielo, una rodaja de limón, mantente sobrio… y … no sigas leyendo porque no hay más .
Hasta el próximo sábado,
Barcha

