🧠 Mito de la semana: “El infarto solo le da al que come mal o fuma”
No.
El infarto también puede ser la primera señal de que una persona tenía diabetes sin saberlo.
De hecho, una de cada diez personas con diabetes terminará sufriendo un infarto cardíaco, y lo más preocupante: muchos descubren que eran diabéticos en plena sala de urgencias.
A veces el cuerpo manda avisos silenciosos durante años: glucosa un poco alta, cintura que crece, cansancio inexplicable… y uno piensa que es “el estrés” o “la edad”.
Pero la verdad es que la glucosa elevada —incluso sin llegar a los niveles de diabetes— ya empieza a dañar las arterias.
Así que no, el infarto no llega de sorpresa.
Llega después de muchos pequeños descuidos diarios que parecían inofensivos.
🔬 Análisis de un resultado clínico: el vínculo entre glucosa y arterias
El azúcar alta no solo engorda, también corroe.
Imagina tus arterias como tuberías recubiertas por una capa protectora muy fina, una especie de “barniz” interno llamado endotelio.
Esa capa mantiene las arterias flexibles y limpias, evitando que se pegue grasa o colesterol.

Ahora bien, cuando la glucosa se mantiene alta durante meses o años, ese “barniz” se daña.
Las paredes se vuelven rugosas, y ahí se empieza a pegar todo: colesterol, triglicéridos, células inflamatorias…
Con el tiempo se forman las temidas placas de aterosclerosis que estrechan las arterias del corazón.
Es como si una cañería perdiera su recubrimiento y empezara a llenarse de sarro.
Tarde o temprano, el flujo se bloquea… y ocurre el infarto.
Y aquí viene lo más inquietante:
La prediabetes —esa etapa en la que la glucosa está “solo un poquito alta”— ya puede causar ese daño.
Un estudio con más de un millón y medio de personas hospitalizadas por infarto mostró que quienes tenían prediabetes tenían un 25% más de probabilidad de infartarse que quienes tenían glucosa normal, incluso controlando la edad y la presión arterial.
Así que no hay glucosa “un poquito alta” que sea inocente.
💊 Revisión de una vitamina (y más bien de un escudo): el glucocálix
El glucocálix no es una vitamina, pero actúa como tal: protege las arterias del daño oxidativo y de la inflamación.
Es una capa microscópica hecha de azúcares y proteínas que recubre el interior de los vasos sanguíneos, como un lubricante natural.
El problema es que el exceso de glucosa lo oxida, lo vuelve frágil y lo destruye.
¿Cómo lo protegemos?
Manteniendo la glucosa estable (sin picos).
Durmiendo bien (el cortisol alto también lo erosiona).
Comiendo más vegetales, frutas con fibra, pescado y grasas saludables (omega-3 y antioxidantes ayudan a repararlo).
Piénsalo así:
el glucocálix es como el seguro del carro: no lo ves, pero si lo pierdes, el primer golpe será catastrófico.
🏃 Tips de ejercicio: el corazón ama los músculos activos
El corazón no necesita un gimnasio, necesita movimiento diario.
Caminar 30–40 minutos al día reduce la glucosa, baja la presión y mejora la circulación coronaria.
El músculo en movimiento actúa como una esponja que absorbe glucosa y libera sustancias antiinflamatorias.
Y si puedes sumar ejercicio de fuerza dos veces por semana, mejor:
los músculos grandes (piernas, glúteos, espalda) ayudan a descargar el trabajo del corazón.
Un corazón fuerte se entrena con piernas en movimiento, no solo con medicamentos.
⚠️ Interacción de medicamentos: estatinas y control glucémico
Curiosamente, algunos medicamentos para proteger el corazón, como las estatinas, pueden aumentar ligeramente la glucosa.
Pero el beneficio cardiovascular sigue siendo mucho mayor que el riesgo metabólico.
Por eso, si tomas estatinas y tu glucosa sube un poco, no las suspendas por tu cuenta: el médico puede ajustar tu dieta o dosis.
Y ojo: los antiinflamatorios crónicos o los corticoides también elevan la glucosa, por lo que deben usarse con prudencia en personas con riesgo metabólico.
🧩 Caso clínico de interés: un infarto que avisó tarde
Pedro, 58 años, oficinista, sin diagnóstico previo de diabetes.
Un día siente un dolor en el pecho, como si le pesara una piedra.
No lo tomó en serio. Pensó que era acidez.
Horas después llega a urgencias con un infarto agudo de miocardio.
Los exámenes revelaron glucosa en 235 mg/dL y hemoglobina glicosilada en 8,1 %.
Era diabético y no lo sabía.
Tras la recuperación, Pedro cambió su rutina: perdió 8 kilos, empezó a caminar cada mañana y ajustó su alimentación.
Hoy sus cifras están normales y dice:
“Mi infarto fue una advertencia que prefiero no repetir.”
La historia de Pedro no es rara: cerca del 20 % de los infartos en personas con diabetes son silenciosos, es decir, sin dolor.
Esto ocurre porque el exceso de glucosa daña los nervios que transmiten la sensación de dolor, un fenómeno llamado neuropatía autonómica.
Por eso, en quienes tienen diabetes o prediabetes, la prevención vale más que cualquier síntoma.
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