
📄 Notas del miércoles
Hola, soy Barcha. Hoy te invito a leer 4 artículos cortos que trabajo desde el fin de semana y creo que te gustarán… yo me divertí escribiéndolos.
👉 Grasa (.. en el abdomen) y líbido
👉 Desperté con dolor de cabeza, voy a urgencias?
👉 El dolor de la ruptura amorosa
👉 La protesta del hígado
de la SALUD SEXUAL
El misterio del deseo sexual y la grasa corporal

Hay un punto en la vida en el que uno se mira al espejo y descubre que el famoso “colchoncito graso de seguridad” ya parece más bien un colchón ortopédico tamaño king. Hasta ahí, todo bien… hasta que aparece un segundo síntoma: el deseo sexual empieza a comportarse como el WiFi del vecino —se ve, pero no se siente. Y no es imaginación. Los estudios muestran que cuando el porcentaje de grasa corporal sube, las hormonas que deberían encender la chispa (como la testosterona libre) se vuelven tímidas… ¡y hasta se esconden! ¿La culpable? La grasa, que empieza a fabricar más SHBG, una proteína que secuestra hormonas sexuales como si fueran rehenes. Así es difícil mantener entusiasmo… en cualquier sentido.
En hombres, la evidencia señala que el exceso de grasa corporal reduce el flujo sanguíneo y afecta la función eréctil. Es decir, si la panza crece, la señal no baja. Y en mujeres ocurre otra cosa: la mezcla de inflamación, baja energía y alteraciones hormonales hace que el deseo sexual compita con el sueño… y gane el sueño por goleada. Los estudios clínicos que evalúan función sexual en obesidad demuestran que, al bajar grasa, mejora la libido, la satisfacción y hasta la frecuencia de actividad sexual. En pocas palabras: el mejor afrodisíaco no está en la farmacia, sino en bajar el índice de masa grasa.
Bueno, la ciencia explica una parte, pero la psicología le pone sazón: el exceso de grasa corporal golpea la autoestima, y cuando uno se siente como un tamal amarrado, no piensa precisamente en romance. La imagen corporal tiene un efecto potentísimo: si no te gustas, difícilmente te imaginas gustando. Y la ansiedad, que es la prima chismosa del estrés, entra a sabotear la escena: “¿será que se nota la panza?”, “¿y si me muevo y se oye algo raro?”, “¿y si agarro un calambre?”. Todo eso reduce el deseo sexual más que cualquier desequilibrio hormonal. ¡Ni un sexólogo motivado puede con esas dudas existenciales!
La evidencia muestra que solo bajar entre un 5–10% de grasa corporal mejora hormonas sexuales, energía, flujo sanguíneo y autoestima. No hay magia: un poco de ejercicio, mejor comida y menos azúcar hacen más por el deseo sexual que cualquier “batido mágico de Instagram”. Y lo más bonito: cuando el cuerpo recupera su equilibrio, el deseo sexual reaparece como ese amigo que no saludabas hace años, pero llega feliz, abrazándote y diciendo: “¡qué bueno verte, hermano!”
“Tu deseo sexual no está cansado: está atrapado en triglicéridos”
— Barcha
delo COTIDIANO
El dolor de cabeza: ese invitado que nadie llamó, pero llega puntual

Si el dolor de cabeza fuera una persona, sería esa tía que aparece sin avisar, te ofrece una boleta de rifa de una bicicleta y además te critica la sala y la ropa. Y no es raro: el 50% de la población mundial tendrá al menos un dolor de cabeza significativo cada año, y cerca del 30% sufre migrañas en algún momento.
¿Las causas más comunes? La tensión muscular (culpable en hasta el 70% de los casos), la deshidratación —sí, esa costumbre de “ya tomo agua mañana”—, dormir mal, el estrés emocional y, mi favorita: la toxina más querida por la humanidad: el celular. La sobrecarga visual y la postura de “gárgola revisando WhatsApp” explican miles de cefaleas diarias… y ninguna compañía telefónica asume responsabilidad.
La migraña es distinta: no llega, entra… como artista principal. Afecta a 1 de cada 7 personas, y es más frecuente en mujeres, por la danza hormonal que ocurre todos los meses. Produce náuseas, vómitos, intolerancia a la luz, al ruido y a casi todo lo que respire cerca. Y sí, también se hereda: si uno de tus padres la tiene, tus probabilidades suben al 50%; si la tienen ambos, puedes ir preparando el escenario porque la probabilidad llega a 75%. Los desencadenantes clásicos incluyen falta de sueño, cambios climáticos, quesos añejos, vino tinto y reuniones familiares de más de 40 minutos. Y no es broma: todos esos factores están descritos en estudios clínicos serios… aunque el del tío gritón aún no aparece en PubMed.
A urgencias hay que ir sin discutir cuando aparece la llamada “cefalea en trueno”, un dolor súbito e intenso que llega al máximo en menos de un minuto; cuando el dolor viene con fiebre alta, rigidez de cuello, confusión mental, desmayo, parálisis, dificultad para hablar o una visión completamente alterada; cuando el dolor ocurre después de un golpe fuerte en la cabeza; o cuando es el peor dolor de tu vida, y tú ya has vivido lo suficiente como para saberlo.
También es urgente si eres mayor de 50 años y aparece una cefalea nueva o distinta —ahí pensamos en arteritis temporal-. En todo lo demás, lo normal es que tu dolor de cabeza sea más bien una mezcla de estrés, deshidratación, malas noches, pantallas y decisiones de vida cuestionables. O sea, lo típico.
del Amor y otros
Por qué duele una ruptura amorosa?

Tu cerebro no distingue entre “me dejó” y “me atacó un oso”.
Hay dolores que no se ven en las radiografías pero duelen más que un tobillo fracturado. Uno de ellos es la famosa ruptura amorosa.
Ese episodio universal donde el mundo se pone gris, la comida pierde sabor y hasta el perro se queda viéndote con preocupación profesional.
La ciencia lleva años intentando entender qué diablos pasa ahí dentro.
Y un estudio publicado en Evolution and Human Behavior (2023) encontró algo extraordinario:
👉 El cerebro procesa el rechazo romántico en las mismas áreas que procesa el dolor físico.
Es decir, cuando te rompen el corazón, tu cerebro activa los mismos circuitos que si te hubieras golpeado el dedo pequeño del pie con la esquina de la cama.
El dolor emocional viaja por caminos muy… corporales
Los investigadores hicieron algo simple.. y cruel:
exponer a personas recientemente rechazadas a recuerdos, fotos y estímulos asociados a su ex. Mientras tanto, medían la actividad cerebral.
Resultado:
Se activó la corteza cingulada anterior, tu área especializada en dolor social y físico.
Se encendió el núcleo accumbens, la estructura involucrada en adicción y recompensa.
Y, más interesante aún, hubo actividad en la amígdala, esa alarma hiperreactiva que piensa que todo es peligro.
En palabras sencillas, tu cerebro interpreta la ruptura como una lesión corporal + una abstinencia + una amenaza social. Una tormenta perfecta.
(Algunos de estos mecanismos también los explico brevemente en mi próximo libro sobre como modular el cortisol.)
¿Por qué la evolución hizo esto?
Aquí viene la parte que te hará sentir un poco mejor.
En nuestros orígenes, perder una relación (pareja, vínculo, alianza) podía significar perder protección, recursos o apoyo del grupo.
Y eso implicaba…
menos comida,
menos defensa,
menos estabilidad,
más riesgo de morir.
Por eso el cerebro evolucionó para tratar la pérdida como una emergencia real.
Nos duele tanto porque, ancestralmente, era cuestión de vida o muerte. Hoy no te quedas sin tribu, pero sí te quedas con ansiedad y ganas de escribir mensajes larguísimos que no deberías enviar.
La ciencia también descubrió algo más
Después de una ruptura, el cerebro empieza un proceso fascinante llamado reorganización cognitiva, en el que:
reinterpretas lo sucedido,
recuperas la autoestima,
reajustas expectativas,
y reconfiguras tu identidad social.
Es neuroplasticidad en acción.
Un recordatorio elegante de que el cerebro es un experto en reconstruir, incluso cuando tú crees que no vas a salir de esa.
Y sí sales. Con o sin playlist de despecho.
Mensaje final
Sufrir por amor es profundamente humano.
No es exageración, no es drama, no es debilidad.
Es un circuito biológico diseñado para protegerte…aunque a veces sientas que te está destruyendo.
La buena noticia es que, igual que el dolor físico, el dolor emocional también pasa. Y tu cerebro, te guste o no, está preparado para sanar.
Referencia bibliográfica
Moor, A., & Logan, R. (2023). Neural correlates of romantic rejection: an evolutionary neurobiological perspective. Evolution and Human Behavior.
de mi consultorio
Cuando el hígado protesta como un inquilino incómodo

La semana pasada llegó a consulta Javier, 58 años, panza orgullosa, sonrisa amable y un hígado que —según la ecografía— parecía estar haciendo horas extras como bodega de triglicéridos.
Me dice: “Doctor, ¿por qué me salió eso de hígado graso si yo no como grasa?”. Y claro, ahí es cuando uno respira profundo, piensa cómo explicarle sin ofenderlo: “Javier: la grasa del hígado no viene del chicharrón… viene de carbohidratos (“sanos” o procesados) comidos en exceso”. Y mientras él me miraba como si yo hubiera acusado al Niño Dios, le conté que estaba frente al caso clásico: un órgano noble hasta que un día dice: “Se acabó, papi, yo también tengo derechos laborales”.
El hígado graso: el depósito involuntario de tus antojos
El hígado graso es tan común que casi debería tener su propio himno nacional: 1 de cada 3 adultos lo tiene, y en mayores de 50, la cifra sube todavía más. ¿Por qué? Porque cuando comes harinas, dulces, bebidas azucaradas o porciones generosas de “me lo merezco”, tu hígado convierte esa glucosa, que no estás utilizando, en grasa para almacenarla. Es como cuando te mudas y guardas las cajas en el depósito… pero después de diez mudanzas, ya no le cabe ni un par de medias. Y entonces vienen las preguntas que deberían sonar en tu cabeza:
– ¿Qué tanto de mi barriga es mía… y qué tanto es “arrendamiento del hígado”?
– ¿Cuánta azúcar he confundido con “energía instantánea”?
– ¿Estoy tratando a mi hígado como un órgano… o como un cuarto útil?
La pregunta final que lo cambia todo
Cuando Javier entendió que su hígado estaba trabajando como bodeguero en temporada alta, abrió los ojos y preguntó: “Doctor, ¿esto se quita?”. Y aquí viene la parte bonita: sí, se puede revertir. Con ejercicio, bajando carbohidratos refinados, durmiendo mejor y reduciendo la panza traicionera, el hígado vuelve a respirar. Pero la clave está en entender por qué pasó y cómo evitar que vuelva. Y ahí es donde te hago la pregunta que puede cambiar tu salud:
¿Quieres seguir almacenando grasa en un órgano que nunca firmó ese contrato… o quieres aprender a revertir el hígado graso antes de que él tome decisiones por ti?
Si la pregunta te picó la curiosidad, te espero en mi canal de YouTube: allí te explico el paso a paso, con ciencia, humor y ejemplos reales, para que tu hígado vuelva a ser un órgano… y no una bodega
Hasta el próximo viernes,
Barcha



