De RAYOS X y MAGNETISMO
El riesgo de la resonancia nuclear magnética (RNM o MRI)

Escribiendo esta newsletter recibí la videollamada de una paciente muy querida, quien con ese tono de doctor, dígame la verdad porque estoy preocupada., me explicaba que le detectaron una alteración en la mamografía de rutina y le sugirieron una resonancia nuclear magnética del seno (la famosa RNM o MRI). Su preocupación era completamente válida: este año ya había tenido varias resonancias —rodilla, cerebro— y una osteodensitometría.

Mientras yo pensaba, con humor negro, que ella se debía estar preguntando: “ ¿no será que ya me gasté la cuota anual de radiación?”, me acerqué al teléfono para que viera mi cara tranquila y le dije (bueno, ese era el espíritu del mensaje): Marce, si las resonancias emitieran radiación, tu estarías brillando como un semáforo… pero ellas no emiten ni un fotón.

Porque aquí viene lo clave: una RNM NO usa radiación ionizante. Nada de rayos X, nada de gamma, nada de partículas que modifiquen ADN ni que sumen a ese “cupo imaginario” de exposición. Las resonancias funcionan como un karaoke gigante de imanes y ondas de radio: meten al cuerpo en un campo magnético potente, los protones se alinean como soldados bien entrenados y, cuando reciben un pulso de radiofrecuencia, responden “cantando” señales que el equipo transforma en imágenes. Es como hacerle una entrevista elegante a los órganos sin dispararles luz ni radiación alguna.

La mamografía y la osteodensitometría, en cambio, sí usan dosis mínimas de radiación —equivalentes a tomar un vuelo corto (radiación cósmica) o a caminar bajo el sol un día luminoso— pero controladas y muy por debajo de lo que representa riesgo. Es decir, son como esos toquecitos eléctricos que se sienten en los carros cuando uno abre la puerta en plena estática: molestan, pero no matan a nadie. Sumando todas las exposiciones que ella tuvo en el año, en realidad su “presupuesto radiológico” sigue tan sano que podría hacerse una radiografía del dedo gordo mañana sin alterar nada.

Así que lo repito: si hay un examen que salva vidas y no genera radiación, ese es la resonancia. Que lo aproveche sin temor. La RNM o MRI no la carga, no la contamina, no la ilumina y no la deja radioactiva. Lo único que puede dejar es ansiedad por el sonido —que parece un DJ con exceso de entusiasmo— pero para eso están los tapones.

¿Y la radiografía de tórax y de columna?

Estas sí es generan radiaciones ionizantes. Una radiografía de tórax típica equivale aproximadamente a: 0.1 mSv (milisieverts).
O, dicho de forma más comprensible: lo mismo que recibes viviendo 10 días bajo el sol y la radiación natural del planeta. Si las radiografías fueran café, esta sería una “tinto suave, 1/8 de carga”.

Y la de columna lumbar, por ejemplo? Esta sí es más “fuerte” porque atraviesa más tejido y requiere más energía para obtener detalles. 1.5 – 3 mSv
Traducción coloquial: equivale aproximadamente a 6 meses de radiación natural del ambiente. No es peligrosa por sí sola, pero ya no es una “microdosis”.

¿Y las tomografías computarizadas (TAC)?

Si las radiografías fueran un “susurro” de radiación, las tomografías son un podcast completo, pero perfectamente controlado.

La TAC sí usa radiación ionizante, porque toma muchas radiografías desde diferentes ángulos para crear una imagen tridimensional.
Por eso la dosis es más alta… pero sigue estando muy lejos de los niveles de riesgo real.

Una TAC de abdomen y pelvis: 8–10 mSv. Aquí ya hablamos de una dosis moderada, equivalente a 3 años de radiación natural. Por eso la recomiendo solo cuando realmente aporta un diagnóstico importante (y lo hace).

Radiación ionizante acumulada:

  • Más de 100 mSv de una sola vez → exposición significativa.

  • Más de 50 mSv al año repetidamente → se considera exposición elevada.

Para llegar a 100 mSv tendrías que hacerte, por ejemplo:

  • 10 TACs de abdomen o 15 TACs de tórax, o 50 TACs de cabeza

…y eso NO debería recibirlo jamás un paciente en un año bajo un sistema de salud responsable.

del CONSULTORIO
Personalidades durante una consulta médica

En la universidad nos enseñaban a atender enfermedades: diabetes, hipertensión, hipotiroidismo, colesterol alto. Pero nadie te advierte que cada enfermedad viene empacada en una personalidad distinta, con maneras de pensar, sentir y reaccionar que uno solo aprende a manejar en el camino, después de ver suficientes consultas como para escribir una novela.

Porque uno cree que está tratando un hígado graso… y en realidad está tratando una personalidad paranoide, o esquizoide, o histriónica, o un paciente con un trastorno afectivo que colorea toda su experiencia. La medicina es ciencia, sí… pero la práctica diaria es también psicología aplicada y diplomacia emocional.

Aquí van algunos de los personajes que más se repiten en la vida real.

1. Personalidad paranoide: el detective sin acreditación oficial

No es paranoia clínica: es un estilo rígido de desconfianza, una manera de sobrevivir interpretando el mundo con lupa.

Es el que entra con una bolsa de resultados de laboratorio que parece más una carpeta de la Fiscalía.

Me dice:
—Doctor, aquí le traigo TODO… pero antes dígame: ¿su tensiómetro está calibrado?
Y yo pienso: qué bonito empezar una consulta con una auditoría.

Este es el paciente que sospecha del medicamento:
—Doctor, ¿y eso no será un negocio entre usted y la farmacéutica?

Sospecha de la báscula:
—Esa báscula está truqueada para darme depresión, doctor.

Y sospecha del laboratorio:
—¿Ese resultado es mío o se lo mezclaron con el del vecino?

Su cabeza funciona así: “dudo, luego existo”.

2. Personalidad esquizoide: el silencio que trabaja en secreto

Este paciente es reservado hasta el extremo. No busca cercanía emocional, no disfruta las conversaciones largas y no da pistas de lo que está pensando.

Yo hablo, explico, hago dibujos del hígado, del cortisol, del páncreas…
Y él apenas asiente, sin expresión alguna.

Uno se queda pensando:
No sé si entendió todo, si no entendió nada, si me quiere demandar o si se convertirá en mi mejor caso clínico.

Y la sorpresa es que, tres meses después, vuelve con 6 kilos menos, la glucosa perfecta y el plan cumplido milimétricamente:
—Hice todo lo que me dijo, doctor.

El estilo esquizoide no busca aplausos ni motivación.
Necesita instrucciones claras, espacio… y la posibilidad de procesarlo todo en silencio.

3. Personalidad histriónica: emoción en alta definición

Este paciente entra a la consulta como si yo fuera un jurado de reality:

—¡Doctor, si le cuento lo que me pasó anoche, NO LO VA A CREER!

Habla con manos, cejas, volumen, suspenso, giro dramático, música imaginaria y, a veces, lágrimas espontáneas.
Todo es intenso, todo es grande, todo es personal.

Pero tienen una virtud increíble: cuando se comprometen, lo hacen con pasión.
Traen agenda de colores, registran todo, contagian a la familia, y convierten cada indicación en un proyecto épico.

Su reto es sostener la motivación una vez baja la adrenalina inicial.

4. Personalidad obsesivo–controladora: el ingeniero del consultorio

Este estilo vive por la estructura, el orden, la precisión.
Llega con un cuaderno cuadriculado lleno de registros:

—Aquí anoté mi presión cada 12 minutos durante una semana.
—Y aquí un promedio móvil de mis glucosas en gráfica.
—Ah, y estas tres tablas las hice “por si acaso”.

Son meticulosos, detallistas y aplicados.
Pero también se frustran fácil si las cosas no salen exactamente como las imaginaron.
Con ellos, la consulta es casi una clase de ingeniería metabólica.

5. El trastorno bipolar (que no es personalidad, sino estado de ánimo)

Aclaro lo esencial: el trastorno bipolar no es una forma de ser.
Es un trastorno afectivo.

El paciente bipolar no es dramático “porque sí”.
No es “inestable por gusto”.
Puede pasar semanas con ánimo lleno de energía y productividad…
y otras con tristeza profunda.

Es importante explicarlo porque en la calle se dice mucho:
—Ay, mi prima es bipolar porque cambia de ánimo.
No. Cambiar de ánimo es humano.
Bipolaridad es otra cosa, seria y tratable.

No es capricho, no es dramatismo, no es personalidad.
Es química cerebral.
Y se puede tratar con enorme éxito cuando el paciente recibe el acompañamiento adecuado.

Conclusión: lo que uno aprende en el camino

En medicina, tratar la enfermedad es relativamente fácil.
Lo difícil —y hermoso— es tratar al ser humano que la carga.

Porque la diabetes no piensa igual en un paranoide que en un histriónico.
El cortisol no se vive igual en un esquizoide que en un obsesivo.
El insomnio no se interpreta igual en una personalidad desconfiada que en una emocional.

Y allí, en ese cruce entre ciencia y humanidad, es donde realmente se vuelve arte ser médico.

Falta algo
🔥 ¿Estás deshidaratado?

Si tienes más de 50 y sientes que te da sed más tarde… o que tomas agua pero igual amaneces reseco, no es tu imaginación: es fisiología.

A muchos les pasa: antes aguantaban toda la tarde sin tomar agua y ni se daban cuenta; ahora, después de los 50, cualquier descuido y aparece la boca seca, dolor de cabeza, cansancio o esa sensación de “piel de iguana” que uno preferiría no tener. El problema no es que estés tomando menos agua que antes. El problema es que el cuerpo cambia… y la forma en que maneja el agua también. No es mala suerte ni vejez amarga: es biología, de la buena y de la inevitable.

El detector de sed se vuelve perezoso

Después de los 50, el cerebro empieza a retrasar la señal de sed.
Antes el cuerpo decía: “Oiga, falta agua.”
Ahora dice: “Bueno… si insiste.”

Esto hace que muchas personas solo sientan sed cuando ya están deshidratadas, igual que un carro que prende la luz de gasolina cuando ya vas en reserva. Por eso, aunque creas que “no te dio sed”, tus riñones y tu circulación sí están pidiendo auxilio silencioso.

El riñón pierde precisión para concentrar orina

El riñón joven es como un empleado eficiente: concentra orina, ahorra agua y no se queja. El riñón después de los 50… es más bien un funcionario que dice:
“Yo hago lo que puedo, pero no espere milagros.”

Con la edad, los riñones pierden capacidad para retener agua, lo que significa que:

  • Orinas más, incluso con menos líquido.

  • Pierdes agua sin darte cuenta.

  • Te deshidratas más rápido aunque estés tomando lo mismo que hace 10 años.

Tus medicamentos también juegan un papel

Aquí viene la parte que casi nadie cuenta, pero que tú vas a entender a la perfección:

Hay medicamentos que aumentan la pérdida de líquidos, como:

  • Diuréticos (para presión o para el corazón).

  • Antihipertensivos que dilatan vasos y bajan la presión.

  • Antidiabéticos que aumentan eliminación de glucosa por la orina.

Antes podías aguantar horas sin agua; ahora, con este “equipo” farmacológico ayudándote, es como tener una botella con tapa floja: se sale más de lo que crees.

Señales silenciosas que indican que ya estás deshidratado

La deshidratación en mayores de 50 no siempre se siente como sed.
A veces se siente como:

  • Dolor de cabeza.

  • Cansancio sin explicación.

  • Boca pastosa.

  • Calambres nocturnos.

  • Piel seca.

  • Mareíto al levantarse.

  • Palpitaciones suaves.

  • Orina amarilla oscura (tu riñón protestando con pintura fosforescente).

Si esperas a tener sed para hidratarte, llegas tarde.

¿Entonces cuánta agua necesitas realmente?

Olvídate del cuento rígido de “dos litros al día”. Lo que sirve es esto:

Si tienes más de 50, necesitas entre 30 y 35 ml de agua por kilo de peso
(sí, es más de lo que casi todos toman).

Ejemplo práctico:

  • Una persona de 70 kg necesita entre 2.1 y 2.5 litros al día.

  • Si toma café, hace ejercicio, está en clima caliente o usa diuréticos, necesita más.

Y por favor: el café, la cerveza y la sopa NO reemplazan el agua.
Ni las bebidas “light”. Ni el té negro. Eso hidrata… pero no como el agua que el cuerpo realmente necesita.

Intrigas metabólicas
El cortisol alimenta tu grasa

Si tú eres de los que dejó el pan, bajó el azúcar, camina juicioso, hace ayuno, toma agüita, pero la glucosa sigue alta y esa barriga dura ni pestañea, este video es para ti. En YouTube subí un episodio donde explico que no es flojera, no es falta de disciplina, es un secuestro hormonal en toda regla: la grasa visceral, la insulina y el cortisol se ponen de acuerdo como una banda organizada y te dejan a ti atrapado en el medio, haciendo todo bien… pero sin resultados.

En el video te cuento, con historias, ejemplos y humor, qué vino primero en tu cuerpo: la grasa visceral, la resistencia a la insulina, la prediabetes o la hipertensión… y por qué casi todo el mundo responde al revés. Te explico cómo esa grasa escondida en el abdomen se vuelve inflamatoria, cómo desordena al hígado para que produzca glucosa como si vivieras en la era de las cavernas, y cómo el cortisol nocturno actúa como un vigilante loco que te despierta a las 3 a. m. y, de paso, sabotea tu peso y tu ayuno, aunque cenaste “perfecto”.

Y lo más importante: en el video te doy 6 pasos concretos para salir de ese secuestro hormonal. Desde lo que haces con tu cena y tu sueño, hasta cómo caminar, cómo ayunar sin disparar el cortisol y por qué reír, conectar y bajar el estrés crónico son parte real del tratamiento, no decoración motivacional. Si sientes que tu metabolismo está jugando en el equipo contrario, te prometo que vas a entender por fin qué te está pasando… y, de paso, te vas a reír un rato mientras lo arreglamos.

Cuando un parásito te “rompe” el corazón
La enfermedad por Chagas

Hay historias médicas que parecen inventadas por un guionista exagerado, pero no: en algún momento de la vida, millones de latinoamericanos fueron picados por una CHINCHE que tenía más mala intención que hambre. La famosa “chinche besucona” —que de besucona no tiene nada— deja en la piel un regalito microscópico: Trypanosoma cruzi, un parásito que entra a tu cuerpo como quien llega a una fiesta sin invitación… y decide quedarse a vivir en tu sala. Lo curioso es que al principio ni te enteras: puede pasar la fase aguda y tú, tranquilo, sin sospechar que te acabas de ganar un inquilino vitalicio.

El verdadero problema llega años después, cuando el parásito, que parecía dormido, empieza a causar más daño que un ex que regresa después de 10 años “solo para hablar”. El corazón es su víctima favorita. Literalmente lo inflama, lo agranda y lo debilita. Es como si tuvieras un motor excelente, japonesito, rendidor, y de pronto alguien le echara arena al aceite. Muchos pacientes llegan a consulta diciendo: “Doctor, yo antes subía las escaleras del centro comercial sin problema, ahora llego al segundo piso pidiendo oxígeno… y un banquito”. Ahí es donde uno sospecha cardiopatía chagásica.

La enfermedad puede provocar arritmias peligrosas, insuficiencia cardíaca, dilatación del corazón y, en casos más severos, trombos… porque el parásito no solo es invasor: también es creativo para generar líos. En zonas rurales de Colombia, Bolivia, Brasil, Argentina y otros países, esta es una causa importante de muerte cardíaca. Mucha gente no sabe que ese cansancio crónico, las palpitaciones raras o los desmayos pueden ser el resultado de una infección que ocurrió décadas atrás, cuando el mundo tenía cassettes, jabón en barra y uno era joven.

Y como si no fuera suficiente, el diagnóstico tampoco es directo: T. cruzi es tímido, no siempre sale en cámara. Se detecta con pruebas serológicas específicas y, cuando ya sospechamos daño cardíaco, toca estudiar el corazón con electrocardiograma, ecocardiograma y pruebas de ritmo. Algunos pacientes, cuando se les explica esto, dicen: “Doctor, ¿pero ese bicho dónde estaba escondido todo este tiempo?” Y uno, con la mejor cara de ciencia, responde: “En el mismo lugar donde guardas los recibos viejos y nunca los encuentras: en cualquier parte”.

La buena noticia es que ahora sabemos cómo diagnosticarlo, cómo tratarlo y cómo evitar que avance. Y lo más importante: Chagas no solo es una enfermedad del pasado. Es actual, silenciosa y subestimada. Si creciste en zonas rurales, si tus papás o abuelos vivieron allí, o si alguna vez dormiste en una casa de paredes de barro, conviene que le cuentes a tu médico. En medicina hay sorpresas… y la “sorpresa” de Chagas es de las malucas.

Hasta el próximo miércoles,
Barcha