🌴 Notas del fin de semana

Hola, soy Barcha.
El jueves me senté con una taza de café Java del Huila, cultivado a 1.400 metros —aroma dulce, frutal y con ese poder místico de activar ideas— y de esos sorbos salieron cinco historias que no pensé escribir juntas: una sobre cómo diciembre sube la presión más rápido que la inflación, otra sobre una verruga indiscreta, un repaso fascinante sobre cómo tu cerebro recuerda amores con más precisión que tu corazón, una oda inesperada a Florence Nightingale, y la respuesta a una pregunta: ¿desde cuándo nos besamos?. Cinco temas que no combinan… pero juntos tienen algo del cafetal que los inspiró.

Las presiones de diciembre
La presión arterial en diciembre:

El enemigo no es el buñuelo… es TODO lo que lo rodea**

Diciembre es maravilloso: luces, familia, música, abrazos… y una cantidad de sodio escondido que haría llorar a un nefrólogo. Porque en diciembre, .. bueno y casi siempre.., todos dicen lo mismo: “Doctor, yo casi no como sal.”

Ajá. No le echas sal a la comida… pero comes alimentos más salados que el mar Muerto.

Lo primero: la ciencia es clara. Por cada 1 gramo de SODIO extra al día (unos 2.5 g de SAL, o casi media cucharadita), tu presión sistólica puede subir 0.6–1 mmHg. Y si eres hipertenso o sal-sensible, la subida puede ser 2–3 mmHg. Es decir, con dos o tres “descuiditos” diarios te puedes ganar un aumento de 4–6 mmHg sin darte cuenta.

Y aquí viene la parte que ningún paciente quiere oír, pero que todos deben saber: no todos tenemos el mismo “cupo de sodio” diario.
La persona sana tiene un límite general de 2.300 mg de sodio al día (una cucharadita de sal).
Pero si tú tienes hipertensión, prediabetes, diabetes, enfermedad renal crónica o enfermedad cardiovascular, la regla cambia, y cambia feo:

  • Hipertensos: máximo 1.500 mg de sodio al día (2/3 de cucharadita).

  • Prediabéticos / diabéticos: recomendación igual que los hipertensos → 1.500 mg/día, porque el riesgo cardiovascular está aumentado.

  • Enfermedad renal crónica: aún más estricto → entre 1.500 y 1.000 mg/día, dependiendo del estadio.

  • Enfermedad cardiovascular (infarto, angina, falla cardiaca): límite recomendado 1.500 mg/día, y en algunos casos ideal <1.200 mg/día.

Ojo: que cantidad de sodio no es lo mismo que cantidad de sal. En 1 miligramo (mg) de sal (cloruro de sodio), hay aproximadamente 0.4 mg de sodio, porque la sal de mesa está compuesta por un 40% de sodio y un 60% de cloro, así que para conocer cuánto sodio hay en 1 mg de sal, multiplica por 0.4.

Pero ahora viene lo divertido (o trágico, según el tensiómetro).
Tú crees que comes poca sal porque no usas el salero… pero la vida real es distinta.

La verdadera navidad: una cumbre secreta del Sodio

1. Embutidos y jamones: el festival hipertensivo oficial

  • Jamón ahumado: 800–1,200 mg de sodio por cada 100 g.

  • Pavo ahumado o “listo para rebanar”: 700–1,000 mg/100 g.

  • Salchichón, mortadela, chorizo: entre 900 y 1,500 mg/100 g.

Es decir: un sándwich navideño con “apenas un poquito de jamón” puede tener más sal que las lágrimas de un despecho a final de año.

2. Los snacks que acompañan el trago: el verdadero crimen organizado del sodio

Mientras te tomas un whisky y dices “solo un manicito”, aquí está la verdad:

  • Maní salado: 250–350 mg de sodio por un puñadito (28 g).

  • Papas fritas de paquete: 150–200 mg por porción pequeña.

  • Tostacos, rosquitas, platanitos salados: 180–300 mg por porción.

¿Te comiste tres puñados mientras hablabas con tu cuñado? Acaban de ingresar 700–900 mg sin darte cuenta.
Y después dicen: “no, no, no, Doctor, yo casi no uso sal”.
Sí, claro, porque ya te comiste la que traían los paquetes.

3. Enlatados y conservas: los saboteadores silenciosos

  • Atún en lata regular: 250–350 mg por lata (¡y eso que dice “agua”!).

  • Verduras en conserva: 250–400 mg por media taza.

  • Aceitunas, pepinillos, encurtidos: 400–700 mg por 5–6 unidades.

Las aceitunas son tan saladas que deberían venir con advertencia:
“comprar con receta médica.”

4. El sándwich de todos los días… la traición perfecta

Para que veas cómo se acumula:

  • 1 rebanada de pan: 170–230 mg

  • 1 rebanada de queso: 170 mg

  • 1 cucharada de ketchup: 150 mg

  • 1 rebanada de pavo ahumado: 400 mg

Total: 800–100 mg de sodio con un sanduchito “livianito”.
Y todavía no cuentas la sal del huevo y el queso del desayuno.

5. Y mientras tanto… la fruta

La fruta aporta:

  • Banano: 1 mg

  • Naranja: 0 mg

  • Mango, manzana, papaya: 0–2 mg

Conclusión profesional:
La fruta es la única inocente en esta fiesta… y aun así es la que más critican los odiadores de frutas.

Y no olvidemos el alcohol

Porque diciembre sin trago es como diciembre sin aguinaldos.

El alcohol puede subir la presión 5–10 mmHg en cuestión de horas, especialmente en mayores de 50 años.
Y si le sumas trasnocho + embutidos + maní + jamón + salsitas…
Tu sistema circulatorio se convierte en un volcán activo en diciembre.

Entonces, ¿cómo sobrevivir sin dejar de disfrutar?

No te voy a pedir que escondas el tamal, ni que vigiles los snacks con un monitor cardíaco. Pero sí:

  • Modera los embutidos y ahumados.

  • Cambia los pasabocas por opciones sin sal (sí existen).

  • Hidrátate para contrarrestar el alcohol.

  • Y por favor… suelta la salsa soya antes de que te suba la presión solo de verla.

Porque en diciembre la presión no sube por magia navideña.
Sube porque comemos como si nuestro cuerpo fuera una desalinizadora industrial.

De esta semana
La verruga que nadie estaba buscando…

Esta semana una paciente vino por un dolor de oído, algo de intensidad leve. Dado que no había nada especial en el oído, exploré las otras posibles fuentes de dolor (irradiado). Cuello, cabeza, articulación mandibular, garganta, lengua, amígdalas… lo usual. En la boca encuentré una verruguita, una pequeña lesión blanquecina en la cara interna de la mejilla. Nada relacionado como fuente del dolor. Ella ni sabía que estaba ahí. Y me dije: “el hallazgo más importante del día no viene del oído… viene del azar”. Porque estas verrugas en la boca casi siempre encienden una alarma: pueden ser por Virus del Papiloma Humano (VPH).

El VPH en la cavidad oral no es raro, y tampoco es exclusivo de “vidas complicadas”. Puede transmitirse por contacto íntimo, sexo oral, incluso por besos profundos cuando hay microlesiones. No discrimina. Lo que la gente sí desconoce es que el VPH en la boca no solo causa verrugas: algunos tipos de alto riesgo (como 16 y 18) pueden generar cambios celulares que, con el tiempo, se transforman en lesiones precancerosas.

Y aquí viene lo serio: en los últimos años, el VPH no solo está relacionado con cáncer de cuello uterino; también se ha convertido en una causa importante de tumores malignos de lengua, amígdalas, faringe y laringe. Muchos de esos pacientes nunca fumaron ni tomaron alcohol en exceso. El virus, solo, puede producir suficiente daño. Una verruga dentro de la boca nunca se debe ver como algo “inocente”: está en un territorio donde no debería existir nada que tenga forma de coliflor.

el VPH y otras infecciones de transmisión sexual también pueden dejar su firma en la boca

— Doctor Barcha

ESTUDIOS de comportamiento humano
🔥 Memoria y decisiones amorosas: un estudio interesante

Ojo, el estudio en cuestión se hizo con un simulador de app de citas, pero vamos a llevarlo al terreno donde todos nos sentimos más cómodos: una reunión social. Música suave, café, gente conversando… Y tú, apenas entras, saludas y sonríes, mientras tu amígdala cerebral — ese núcleo de alarma primitiva que vive en tu cabeza y que detecta amenazas, oportunidades y dramas antes que tú— ya decidió quién te cae bien, quién no, y quién podría gustarte y si el buñuelo está bueno.

La amígdala funciona como un sensor emocional express: responde en milisegundos, sin consultarte. Tú crees que estás evaluando con calma… pero tu cerebro anda en modo cazador-recolector en plena hora social.

Lo más curioso (y cómico) del estudio es que recordamos mejor a quienes rechazamos que a quienes aceptamos. En una reunión social eso significa: tres meses después no recuerdas al señor amable con el que conversaste larguísimo sobre viajes… pero sí recuerdas perfectamente al que te saludó seco o la que traía una energía rara. Tu memoria social tiene prioridades discutibles: guarda lo irrelevante y pierde lo útil, como un asistente administrativo al borde del agotamiento.

El estudio también encontró diferencias predecibles pero sabrosas: los hombres solemos “aceptar” a más personas en la reunión (“pues se ve simpática, dejemos la puerta abierta”), mientras las mujeres analizan señales sutiles con la precisión de una sommelier emocional: tono, postura, microexpresión, intención… Si hubiera una certificación internacional para detectar rarezas humanas, ellas la aprobarían con honores.

Pero lo mejor es la explicación evolutiva: tu cerebro recuerda a quienes descartaste como si estuviera haciendo auditoría afectiva interna. Es su manera de decirte: “Revisa, no vaya a ser que rechazaste al bueno y te quedaste con el queso seco.” Una mezcla de neurociencia, instinto ancestral y cortisol opcional. Sí, cortisol: ese mensajero de estrés protagonista de mi próximo libro, porque no hay nada que active más ese sistema que preguntarte si debiste haberle dicho “hola” a alguien que ignoraste por reflejo.

Referencia bibliográfica

Predictors and Memory Consequences of Dating Decisions in a Dating App-Analogue Study (2024). Evolutionary Human Sciences.

De mis recuerdos
Florence Nightingale me salvó de dormir epidemiología

En segundo año de medicina veíamos epidemiología. Y déjame decirte algo: no había materia menos inspiradora en ese semestre.
El profesor, pobrecito, no ayudaba. Era de esos que tienen la habilidad sobrenatural de entrar al salón con un marcador… y apagarle la luz al entusiasmo de todo el curso.

Para completar el cuadro, las clases eran a la 1 de la tarde, en Barranquilla, en verano. A esa hora hasta las moscas hacen siesta. Y yo ahí, sentado, tratando de entender tasas, razones y proporciones… mientras calculaba mentalmente cuántos minutos faltaban para salir corriendo al agua de coco de la esquina.

Pero una tarde, por fin, el profesor avisó que no podía asistir ese día. Me largué a la biblioteca.

Yo adoraba la biblioteca, y lo confieso, a veces me quedaba más por permanecer en el aire acondicionado y conversar en modo bajo con la chica de recepción de libros que por otra cosa. Esa tarde la biblioteca estaba por cerrar. La luz ya estaba bajita, el vigilante caminaba dando ese aviso pasivo-agresivo de “váyanse ya”, y yo, como siempre, era de los que se quedaban hasta que prácticamente me apagaban la luz encima. Fue entonces cuando vi, en la mesa contigua, un libro olvidado. Una biografía. Nadie alrededor. Como si alguien lo hubiera dejado ahí para mí.

Lo recogí pensando en llevarlo a recepción pero cometí un error gravísimo: lo abrí… y no pude, …. no lo devolví sino 2 días después.

Y esa noche y la siguientes no estudié nada del pénsum. Descubrí a Florence Nightingale.

Florence: la mujer que convirtió datos en vida

La biografía contaba la historia que a mí jamás me enseñaron:
Florence Nightingale no solo fue “la madre de la enfermería moderna”.
Fue la primera persona en convertir la estadística en un arma médica.

En 1854 la enviaron a atender soldados británicos en la Guerra de Crimea. Al llegar encontró hospitales donde uno se podía enfermar más por el hospital que por la guerra. Infecciones, suciedad, hacinamiento… un desastre.

Y aquí viene la genialidad: Florence no solo limpió, reorganizó y entrenó personal. Ella registró datos, semana tras semana.
Descubrió que más soldados morían por enfermedades prevenibles que por heridas de batalla.
Y no se quedó ahí: diseñó los primeros diagramas polares —los famosos “gráficos de rosa”— para mostrarle al gobierno que la falta de higiene estaba matando a más hombres que los rusos.

Los políticos no la querían escuchar, claro.
Pero los números… esos no discuten.

Florence logró algo extraordinario: convenció al imperio británico con estadística. Y cambió la medicina moderna sin levantar la voz.

La ironía cruel: cuando el crédito va para otros

Mientras leía, una frase de la biografía me sacudió:
Aunque Nightingale revolucionó la epidemiología, sus aportes cuantitativos fueron minimizados por décadas.

Exactamente lo que pasó con Rosalind Franklin, cuyo trabajo esencial para descifrar la doble hélice del ADN terminó opacado por Watson y Crick.

En ambos casos, la historia terminó contando la versión masculina y olvidando —o reduciendo— la contribución de mujeres brillantes que hicieron el trabajo duro, preciso, riguroso.

Florence Nightingale prácticamente inventó la epidemiología moderna aplicada, los sistemas de vigilancia, la estadística visual…
Y aun así, su nombre suele quedar relegado a “la enfermera heroica”, cuando en realidad fue una científica visionaria que entendió la matemática del sufrimiento y la convirtió en salud pública.

Lo que ese libro cambió en mí

Terminando la biografía pensé:
“¿Cómo es posible que en clase de epidemiología nadie nos mencionara que esta mujer hacía gráficos que dejaban sin argumentos a un imperio entero?”

Y ahí cambió todo.
Dejé de dormirme en la clase de epidemiología.

¿Desde cuándo nos besamos?

En el centro comercial Parque Colina, donde siempre hago mi hora reglamentaria de caminata post cena —mi terapia antiestrés y anti prediabética— me encontré con parejas de adolescentes besándose como si estuvieran tratando de inflar un salvavidas en plena emergencia. Y ahí pensé: “Esto debe venir de muy atrás… pero ¿de cuán atrás?”. Porque si algo he aprendido como médico es que nada de lo que hacemos los humanos es tan novedoso como creemos; usualmente ya lo inventó un mono hace millones de años… con mejor técnica.

Y efectivamente —ya sabes que cuando se me mete una pregunta en la cabeza no hay quien me salve—, me encontré con un estudio de Oxford que rastreó el origen evolutivo del beso y resulta que nuestros primeros besuqueos no fueron ayer, ni cuando inventaron las novelas mexicanas: vienen de hace 21.5 a 16.9 millones de años. Sí, millones. Los investigadores revisaron el comportamiento de primates y definieron el beso como “un contacto oral-oral no agresivo, sin intercambio de comida, con movimiento de labios o boca”. O sea, lo que hacen los adolescentes en el centro comercial… pero con menos glitter.

A Comparative Approach to the Evolution of Kissing

El estudio revela que chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos son mucho más besuqueadores de lo que admitiría cualquier tía conservadora. Besan para reconciliarse, para saludarse, para tener sexo… y algunos gorilas, incluso, para interrumpir el sexo. (Imagínate, un gorila hace pausa en plena acción para besar a otro. Mientras tanto, nosotros… incapaces de coordinar un beso ni con recordatorio del calendario.) También observaron que muchos monos de cola en África y Asia —los macaques, los baboons— se besan, y frecuentemente entre individuos del mismo sexo, demostrando que la diversidad afectiva no es una moda moderna sino un rasgo biológico ancestral.

Lo más fascinante es que los científicos encontraron evidencia de que Neandertales también besaban, y que humanos y neandertales compartían microbios orales, lo cual solo deja dos opciones: o se besaban o compartían cucharita. (Conociendo la prehistoria, yo apuesto por las dos). Este comportamiento ha persistido en la mayoría de grandes primates y se ha transformado en una herramienta social compleja, afectiva y hasta política. Porque sí: mientras tú piensas que das un beso porque te nace, tu linaje evolutivo lleva ensayándolo desde antes que existieran los continentes como los conocemos.

Así que, la próxima vez que veas a dos jóvenes dándose un beso épico frente a la tienda de helados del centro comercial, recuerda algo: no están imitando a Netflix… están ejecutando un comportamiento refinado por millones de años de evolución primate. Aunque, honestamente, los bonobos lo hacen con más estilo y mucho menos pudor. Y tal vez —solo tal vez— si todos besáramos un poquito más como nuestros primates primos (con calma, con intención, sin celular en la mano), este mundo sería un lugar mucho más amable.

🔗 A Comparative Approach to the Evolution of Kissing
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1090513825001370

Hasta el próximo miércoles,
Barcha