🌴 Notas del fin de semana
Hola, soy Barcha.
Este sábado te propongo algo distinto: una encuesta sobre el estilo de consulta de tu médico de cabecera.
No sobre si es “bueno” o “malo”, sino cómo piensa, cómo habla y cómo es su personalidad cuando te sientas frente a él.
También te pregunto si crees que antes se vivía mejor y algo que me pregunté durante una de mis caminatas: qué haría un médico para aproximarse a un diagnóstico si no tuviera laboratorios, ni balanza, ni tensiómetro, ni estetoscopio.
Del pasado
La vida tranquila de antes fue mejor?
Mi esposa dice: eres contradictorio. Y puede que tenga razón: la coherencia absoluta es para los manuales, no para las personas. En un artículo anterior dije que creía que las salas de espera de hace 50 años eran mejores y ahora refuto el concepto que dice que “El pasado fue mejor, que nuestros abuelos y bisabuelos vivían más sano, que comían más natural y que casi no se enfermaban.”
Suena lindo, como una postal sepia con gallinas felices al fondo. Pero si uno revisa la historia clínica de la humanidad, descubre que ese “pasado glorioso” tenía más enfermedades que una enciclopedia médica: infecciones que hoy curamos con un antibiótico, diarreas que mataban a miles, partos que eran una ruleta rusa, y epidemias que se llevaban familias enteras antes de que inventáramos siquiera el jabón líquido.
Nuestros abuelos no vivían mejor… vivían más breve. A finales del siglo XIX, la expectativa de vida en muchos países apenas rondaba los 40 años. La tuberculosis hacía fila, la neumonía era sentencia, una apendicitis era funeral seguro, y la gente moría por caries complicadas, por un tétanos al pisar un clavo o por heridas que hoy se solucionan con 10 minutos en urgencias. El romanticismo por el pasado se derrite apenas uno recuerda que la insulina se descubrió en 1921 y que antes de eso la diabetes tipo 1 era mortal en meses.
Hoy, en cambio, tenemos antibióticos, vacunas, cirugía segura, tratamientos para el cáncer, medicamentos que protegen corazón y riñón, terapias para enfermedades crónicas, hospitales que no parecen escenas medievales y acceso a información que nuestros antepasados habrían considerado brujería y ni qué dirían si supieron que su tatara-tara nieto vive con el hígado de una chica que murió en un accidente.
Sí, tenemos sedentarismo, estrés y cafeterías que venden postres con la misma carga calórica que movería una locomotora… pero vivimos más, vivimos mejor y tenemos herramientas reales para evitar que un catarro se convierta en tragedia.
Así que cuando escuches “antes sí se vivía bien”, recuerda que la nostalgia es muy buena maquillando la realidad. El pasado tenía encanto… pero también tenía difteria, polio, viruela y mortalidad infantil del 30%. Hoy, con todo y nuestros desafíos modernos, la medicina nos permite algo que ellos jamás hubieran imaginado: una segunda oportunidad casi siempre al alcance..
Del consulorio
Si en consulta solo pudiera mirarte

En una de mis caminatas de la casa al consultorio —50 minutos— iba pensando algo muy concreto: si no existieran exámenes de laboratorio, ni tensiómetros, ni balanzas… y para aproximarme al riesgo prevenible de muerte más frecuente del paciente solo pudiera mirarlo, sin examinar, sin tocar, y solo hacer una pregunta, ¿qué miraría y qué preguntaría? La respuesta apareció rápido: mirar el abdomen y preguntar por la salud cardiovascular de padres, tíos y hermanos. Dos datos simples, baratos y brutalmente reveladores.
Empecemos por el abdomen, porque aquí no hay opinión, hay números. Hoy sabemos que un perímetro abdominal mayor de 94 cm en hombres y 80 cm en mujeres ya se asocia con aumento del riesgo cardiometabólico. Cuando supera 102 cm en hombres o 88 cm en mujeres, el riesgo se eleva de forma marcada. Pero hay una regla todavía más fácil de recordar: la circunferencia abdominal no debería ser mayor a la mitad de la estatura. Si mides 170 cm, tu cintura no debería pasar de ~85 cm. Si mide más, el riesgo empieza a hablar, aunque el peso “salga normal”.
¿Dónde y cómo se mide? De pie, relajado, sin meter la barriga, como para la foto del documento. La cinta va horizontal, a mitad de camino entre el borde inferior de las costillas y la cresta del hueso de la cadera, sin apretar la piel. Siempre en el mismo punto y, si se puede, antes de comer. Una cinta métrica bien usada dice más sobre el metabolismo que muchas balanzas modernas usadas sin criterio.
Ahora el dato que sacude: grandes estudios poblacionales han demostrado que por cada 5 cm adicionales de perímetro abdominal, el riesgo de infarto y muerte cardiovascular aumenta entre 15 y 20%, incluso en personas con peso normal.
Sí, leíste bien: se puede “pesar bien” y aun así tener alto riesgo. La circunferencia abdominal predice eventos cardiovasculares mejor que el peso total, porque no importa cuánto pesas, sino dónde estás acumulando la grasa. Y la grasa visceral es una pésima inquilina. 👉 tengo un video en mi canal sobre la grasa visceral como origen de inflamación que te llevará a una mesa fría.
Cuando a ese abdomen que crece se suma una historia familiar cargada —padres o hermanos infartados antes de los 60, tíos con muerte súbita, hermanos hipertensos o diabéticos— el riesgo deja de ser una hipótesis y se convierte en advertencia. Genética más grasa visceral es una combinación peligrosa, pero también prevenible. Por eso, si algún día desaparecen los laboratorios y se dañan los equipos, yo seguiría haciendo lo mismo: caminar, mirar cinturas y escuchar historias familiares. Porque pocas cosas predicen tan bien la salud cardiovascular futura como una cinta métrica honesta y una buena pregunta.
Del laboratorio
🔥 De exámenes de próstata

El cáncer de próstata sigue siendo uno de los protagonistas incómodos de la consulta masculina. A nivel mundial es el segundo cáncer más diagnosticado en hombres y una de las principales causas de muerte oncológica. A partir de los 50 años —y antes si hay antecedentes familiares— empieza a rondar el vecindario. El verdadero problema no es solo detectarlo, sino decidir cuál cáncer hay que tratar y cuál solo hay que vigilar, porque no todos quieren hacer daño… aunque todos asustan.
En el día a día seguimos apoyándonos en dos viejos conocidos: el antígeno prostático específico (PSA) y el tacto rectal. El PSA es útil, sí, pero se altera por casi todo: crecimiento benigno, inflamación, infecciones… incluso por tocar la próstata con demasiado entusiasmo. El tacto rectal, por su parte, detecta lo que alcanza el dedo y lo que el dedo quiere encontrar, pero deja por fuera muchas lesiones. Resultado: PSA dudoso + tacto “no concluyente” = biopsia, y si el cáncer es de bajo riesgo… más biopsias en el futuro.
En ese escenario aparece una noticia interesante: una prueba de orina, el MPS2-AS, diseñada para identificar cánceres de próstata realmente agresivos en hombres a quienes se les hace evaluación anual. Basada en el MyProstateScore 2.0 —aprobado por la FDA en 2024—, esta prueba logra detectar tumores clínicamente significativos (Gleason ≥4+3), es decir, los que sí merecen acción. En el estudio, su uso permitió evitar hasta el 67 % de biopsias innecesarias, manteniendo una detección del 93 % de los tumores de alto grado. Traducido: menos agujas, menos sustos y menos “doctor, ¿otra vez?”.
Lo más llamativo es que este test superó incluso a la resonancia magnética y a las calculadoras de riesgo tradicionales en este contexto. No elimina la biopsia cuando realmente se necesita —no hay milagros—, pero ayuda a decidir a quién sí y a quién no. Y en medicina, decidir bien suele ser más importante que hacer más. Falta camino por recorrer y estudios más grandes, pero todo indica que la vigilancia activa del cáncer de próstata puede volverse menos traumática… y un poco más amable con el paciente.
Referencia
Wolinsky H. Will This Urine Test Be a Biopsy Killer for PC? Medscape Medical News. December 08, 2025.
ENCUESTA
Tipos de médicos

Después de escribir sobre el estilo de los pacientes en consulta, recibí varios mensajes —muchos amables, algunos con mayúsculas y signos de admiración— diciendo que estaba muy bien hablar sobre el estilo de paciente… pero que era mi obligación escribir sobre la personalidad de los médicos.
Después de más de 35 años oyendo a pacientes, uno conoce a través de ellos los estilos de personalidad médica de los colegas. He podido identificar identificar al menos cinco grandes.
Está el casi mudo, ese que cree que el silencio es terapéutico, pero olvida avisarle al paciente. El maníaco-depresivo, que un día te recibe como si fueras su mejor amigo y en la siguiente cita parece que le hubieras rayado el carro. El paranoide, convencido de que todos los síntomas esconden “algo más” y que el paciente seguramente no está diciendo toda la verdad. El permanentemente alegre, que bromea incluso cuando el colesterol viene más alto que el Everest. Y finalmente, el “no me importa nada”, una especie de monje zen mal entrenado que transmite calma… pero también cierta inquietud existencial.
Y aquí viene la pregunta incómoda:
¿con cuál médico te sientes mejor tú como paciente?
Esta pregunta no es solo materia de conversación de almuerzo de jubilados. La psicología se la tomó en serio, y uno de los modelos más usados para estudiarla es el Myers-Briggs Type Indicator (MBTI), una herramienta que clasifica la personalidad según cómo procesamos la información, tomamos decisiones y nos relacionamos con los demás. Algunos estudios que han explorado el MBTI en el contexto médico han mostrado algo muy humano: cuando el estilo del médico se parece al del paciente, la consulta fluye mejor. Hay más confianza, menos fricción, más sensación de “me entiende”.
Y debo confesar algo con honestidad clínica: cuando un paciente conecta con mi estilo —más conversador, cercano, explicativo— yo también me siento mejor. La consulta se vuelve ligera, el tiempo pasa rápido, las preguntas fluyen y hasta los diagnósticos parecen menos pesados. Es una relación casi natural, como hablar el mismo idioma emocional.
Pero aquí viene la parte interesante —y madura— del asunto. La gran mayoría de mis pacientes no tienen mi estilo. Algunos son silenciosos, otros desconfiados, otros extremadamente racionales, otros nerviosos, otros muy poco expresivos. Y aun así, con ellos también logro una empatía excelente. Tal vez he aprendido que la buena práctica médica no consiste en encontrar pacientes “compatibles”, sino en ajustar tu personalidad sin perder la esencia. Escuchar más cuando el otro habla poco. Bajar el ritmo cuando el paciente está ansioso. Explicar con calma cuando alguien necesita control y certeza.
Los estudios sobre personalidad médica y MBTI también lo confirman: no dicen que el médico deba “parecerse” al paciente para ser bueno. Lo que sugieren es algo más profundo: la flexibilidad emocional y comunicativa es una habilidad clínica, tan importante como saber interpretar un electrocardiograma o ajustar una dosis de insulina. El médico que solo sabe funcionar desde su propio estilo termina limitando la relación terapéutica.
Y aquí cierro con una confesión final, ya sin bata:
yo soy de los permanentemente alegres. Un médico caribe, dirían algunos. Me gusta reír, explicar, bromear cuando se puede y acompañar cuando toca. Pero he aprendido que la alegría no es imponer sonrisa, sino saber cuándo usarla y cuándo guardarla. Porque al final, más allá de la personalidad, lo que el paciente recuerda no es si eras introvertido o extrovertido… sino si se sintió visto, escuchado y cuidado.
Encuesta
👉 A continuación tienes una descripción de los tipos de médicos en consulta y al final encontrarás la encuesta para que elijas cuál de ellos se acerca al de tu médico de cabecera.
El casi mudo: Habla poco, mira mucho la pantalla, escribe rápido.
No sabes si está pensando en tu diagnóstico… o en qué va a almorzar.
El maníaco-depresivo clínico: Un día es optimista, bromista y motivador.
Al siguiente, serio, breve y existencial. No sabes qué versión te va a tocar.
El paranoide ilustrado: Todo puede ser algo grave… hasta que se demuestre lo contrario. Pide exámenes “por si acaso”, repite estudios “para estar seguros”.
El permanentemente alegre: Siempre sonríe, saluda con entusiasmo. A veces parece demasiado optimista…
El “no me importa nada” Nada lo altera. Nada lo sorprende. Nada lo inquieta.
Tu presión está muy alta, pero él está muy tranquilo. No transmite ansiedad… aunque a veces te gustaría que levantara una ceja.
Selecciona el estilo de tu médico
Hasta el próximo miércoles,
Barcha


