Notas de miércoles
Hola, soy Barcha.
Hoy te envío 4 artículos: dos sobre un video que ayer subí en mi canal en youtube y que explican la importancia de revisar la calidad de la proteína que comes. Otro es el comentario a un estudio clínico que revisa la preocupación de muchas personas: quién podría desarrollar demencia y por qué?
Y, finalmente, con mucho humor, describo los 5 diferentes tipos de secretarias que “viven” en las salas de esperas de todo el mundo.
del canal en Youtube
El infiltrado
Esta semana subí un video que probablemente no te va a caer del todo bien al principio… y eso suele ser buena señal. Porque si tienes prediabetes, diabetes, hipertensión o resistencia a la insulina, y llevas tiempo pensando “yo no como tanto, camino, me cuido… ¿entonces por qué no mejoro?”, puede que el problema no esté en el plato, sino en algo mucho más incómodo: tu músculo podría estar lleno de grasa y funcionando a media máquina.
Sí, leíste bien. El músculo, ese que creíamos inocente.
En el video te muestro qué pasa cuando el músculo se infiltra de grasa, por qué deja de quemar glucosa, cómo eso empuja a la resistencia a la insulina y por qué después de los 50 el metabolismo ya no responde a gritos tipo “¡ve al gym y ya!”. Hablamos de fábricas apagadas, de músculos perezosos, de desayunos que no encienden nada… y de cómo empezar a revertir todo esto sin dietas tristes ni vida monástica.
Si alguna vez sentiste que tu metabolismo trabaja medio turno, llega tarde y además pide incapacidad, este video es para ti.
👉 Haz clic y míralo en mi canal en YouTube. Prometo que vas a entender mejor a tu músculo… y quizá dejar de echarle toda la culpa al pan.
De estudios clínicos
El cerebro avisando que camina a la demencia

Este artículo trata de algo muy concreto: seis síntomas mentales y emocionales que aparecen en la mitad de la vida y que, según un estudio seguido durante más de 20 años, se asocian con mayor riesgo de demencia. No es un artículo sobre depresión clásica ni sobre tristeza profunda. Es sobre pequeñas frases, casi inofensivas, que el cerebro empieza a repetir… y que conviene no ignorar
El estudio se titula “Beyond a single diagnosis: disentangling midlife depressive symptoms as predictors of dementia”, publicado online el 15 de diciembre de 2025 en The Lancet Psychiatry, utilizando datos de la cohorte Whitehall II, con más de 20 años de seguimiento.
Empecemos por nombrar los 6 síntomas, sin anestesia. Perder la confianza en uno mismo, evitar enfrentar los problemas, sentir menos cercanía o afecto por los demás, dificultad para concentrarse, vivir nervioso todo el tiempo y no quedar nunca satisfecho con lo que uno hace. Leídos así, parecen el perfil psicológico de media humanidad un lunes por la mañana. Y ese es justamente el problema: los normalizamos.
Los investigadores siguieron a casi seis mil adultos durante más de 22 años y vieron que no es la depresión como diagnóstico lo que más predice demencia, sino este combo específico de actitudes mentales persistentes. No es llorar, es desconfiar de uno mismo. No es tristeza, es evitar problemas. No es apatía, es perder el calor humano. El cerebro no hace un drama… hace pequeños ajustes silenciosos.
Aquí va la analogía inevitable: esto es como el tablero del carro. No hay humo, no hay ruido raro, pero se encienden varias luces amarillas. Tú sigues manejando porque “el carro anda”. El estudio mostró algo clave: cuando estos seis síntomas se quitaban del análisis, la relación entre “depresión” y demencia prácticamente desaparecía. O sea, no es la etiqueta, son los patrones mentales repetidos durante años.
Y ahora lo importante: este artículo no es para asustar, es para afinar el oído clínico y personal. Los propios autores dicen que la mitad de la vida es una ventana clave de prevención. Así que si te reconoces evitando problemas, dudando de ti, viviendo en tensión o sintiendo que tu cabeza ya no rinde igual… no lo llames “carácter” ni “edad”. A veces el cerebro no está fallando: está avisando con humor seco y letra pequeña.
Fuente: estudio de la cohorte Whitehall II, publicado en The Lancet Psychiatry (online first, 15 de diciembre de 2025).
Desayunos
🔥 Dos desayunos, dos músculos

Este artículo complementa lo que explico con más detalle en mi video del canal de youtube, pero quiero bajarlo a la mesa del desayuno con números reales. Imaginemos a una persona que pesa 60 kg y que, para mantener bien su masa muscular con los años, necesita alrededor de 80 gramos de proteína al día. No 200, no “a ojo”, sino una cifra razonable. Ahora miremos qué pasa cuando esos gramos se distribuyen bien… o mal, desde el desayuno.
Primer desayuno: el que sí conversa con el músculo. Dos huevos que aportan unos 12–14 g de proteína, un yogurt griego natural (170 g) suma 15–18 g, y una porción pequeña de queso añade 5–7 g. Ahí ya estamos cerca de 25–30 gramos de proteína en una sola comida. Puedes agregarle aguacate que no aporta proteína significativa, pero sí grasa que ayuda a la saciedad y a que este desayuno no te deje con hambre a las diez de la mañana. Traducción muscular: señal clara, completa y de buena calidad desde temprano.
Segundo desayuno: el clásico “de abuelita”. Cereal, fruta, café o té. Para llegar a 25 gramos de proteína aquí hay que hacer malabares: varias porciones grandes de cereal, leche, quizá agregar pan o arepa. ¿Se puede? Sí. ¿Es igual? No. La proteína es menos biodisponible, la leucina es baja y el músculo recibe una señal débil, mientras la glucosa sube rápido y baja igual de rápido. Resultado: energía momentánea, el músculo mirando el reloj y tú con más hambre a las 10:22.
La moraleja —y de esto hablo más a fondo en el video— es sencilla: si esa persona de 60 kg necesita 80 gramos de proteína al día, empezar la mañana con 25–30 gramos bien armados facilita todo lo demás. No se trata de prohibir desayunos tradicionales, sino de entender que no todos los gramos de proteína cuentan igual, y que el músculo agradece cuando le hablas claro desde la primera comida del día.
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del Consultorio
Tipos de asistentes de consultorio

Las secretarias de consultorio son el verdadero centro de control. Sin ellas no hay citas, no hay historias clínicas… y a veces no hay estabilidad emocional. Con los años uno aprende que no existe la secretaria perfecta, sino varios subtipos muy bien definidos, casi todos útiles… y uno francamente temido.
Tipo 1: la guardiana del umbral.
Decide quién entra, cuándo entra y con qué grado de desesperación entra. Maneja la agenda como si fuera migración en hora pico. “Doctor, dice que es urgente… pero todos dicen eso”. Tiene un olfato clínico para detectar exageraciones y una habilidad quirúrgica para postergar sin que el paciente se dé cuenta. Cuando falta, el caos entra en consulta sin cita.
Tipo 2: la terapeuta emocional no titulada.
El paciente ya le contó su vida completa antes de verte: la glucosa, el colesterol, el estrés, la suegra y que “usted es el único que sí escucha”. Entra tan descargado que a veces uno solo ajusta dosis y asiente. Llama al paciente a preguntarle cómo sigue el conflicto con la nuera y le da recomendaciones de series de Netflix. Debería cobrar consulta psicológica, pero no lo hace… porque su vocación es escuchar.
Tipo 3: la jefa real del consultorio (y la multitarea extrema).
El médico cree que manda. Error diagnóstico. Ella decide cuánto se cobra, a quién se le fía, qué proveedor quedó mal y qué paciente es mejor manejar con guantes. Contesta el teléfono, agenda, cobra, imprime, pelea con la impresora, envía correos, compra las flores, cancela el almuerzo de trabajo antes que le digas, recuerda el cumpleaños de la suegra (“doctor, yo le recordé tres veces”). Si se va de vacaciones, el médico entra en pánico administrativo.
Tipo 4: la que ya te conoce demasiado.
Sabe cuándo no dormiste, cuándo vienes irritable y cuándo no conviene pasarte ese día a un paciente hablador. Te protege funcionando como parachoques entre tú y el caos. Es la única que puede decirte “doctor, usted está equivocado” sin generar conflicto diplomático. Es memoria externa con criterio clínico.
Tipo 5: la secretaria agria (la que nadie quiere, pero existe).
La secretaria agria merece un capítulo aparte, porque es de la que más se comenta entre pacientes. Está en todos los consultorios, clínicas y centros médicos del continente. Su tono no depende de la hora ni del día: es agrio basal, sostenido, sin picos ni valles. Uno entra a la consulta ya con la presión arterial elevada… y todavía no ha visto al médico.
La gran pregunta del paciente siempre es la misma: “¿Cómo este médico, que parece buena persona, competente y hasta amable, puede tener esa culebra de secretaria?”. La disonancia cognitiva es enorme. El paciente imagina dos opciones: o el médico no se ha dado cuenta (falso) o hay una razón oscura, profunda, casi filosófica. La respuesta real suele ser más simple: lleva tantos años ahí que nadie recuerda cómo era el consultorio antes… y el miedo al cambio es más fuerte que el mal genio.
La secretaria agria no grita, no insulta… eso sería demasiado obvio.
Su arte es más fino: suspira, responde con monosílabos, mira el reloj cuando preguntas algo simple y hace sentir al paciente como si pedir una cita fuera una falta de respeto. Es eficiente, sí. La agenda está perfecta, los papeles en orden… pero el ambiente emocional queda contaminado. Es el equivalente administrativo a un café excelente servido frío y con mala cara.
Y aquí viene la verdad incómoda: muchos médicos la conservan porque “nadie más aguanta este trabajo”, porque “es muy organizada” o porque “así ha sido siempre”. Hasta que un día se va. Y ese día ocurre el milagro: el consultorio respira, los pacientes sonríen, el teléfono suena menos agresivo y alguien dice la frase histórica: “Doctor, no sé qué cambió… pero esto se siente distinto”.
Hasta el próximo sábado,
Barcha


