Cuando uno estudia medicina, hay enfermedades que nunca se olvidan. Y el sarampión es una de esas. Es como el primer paciente que uno atiende solo: inolvidable, ruidoso y siempre con moraleja. En mis primeros años como médico rural, el sarampión tenía un estilo muy propio: fiebre que parecía fiebre “con actitud”, tos seca, conjuntivitis que hacía parecer al paciente como si hubiera visto una telenovela triste, y esas manchitas de Koplik en la boca, como si el virus firmara su obra de arte antes de distribuir el exantema (el brote) por todo el cuerpo.
Por eso, cuando la región de las Américas fue declarada libre de sarampión en 2016, muchos celebramos. ¡Era un logro épico! Un triunfo de la vacunación, la vigilancia epidemiológica y la constancia. Pero como todo éxito en salud pública, si dejamos de cuidarlo, se deteriora. Y así pasó. En 2025, la OPS (Organización Panamericana de la Salud) confirmó que la región perdió nuevamente ese estatus después de que Canadá—sí, Canadá, el alumno juicioso—presentara transmisión sostenida de sarampión por más de 12 meses. Y con eso, el virus volvió a sonar en las noticias, las salas de urgencias y las conversaciones de pasillo.
¿Qué está pasando realmente?
Los números hablan: más de 12.500 casos confirmados en diez países, con la mayoría concentrados en Canadá, México y Estados Unidos. Y lo preocupante no es solo la cantidad, sino la velocidad: un aumento de 30 veces respecto a 2024. Eso no es un brote pequeño; eso es el virus en modo “fiesta de promoción”.
En Canadá el brote empezó en 2024 y se extendió por 9 provincias. ¿La razón? Comunidades cerradas con baja vacunación. Y aquí viene la lección que nunca envejece: cuando baja la vacunación, el sarampión no tarda en aparecer. Es casi matemático.
Otros países también están lidiando con brotes, muchos originados por casos importados: Brasil, Paraguay, Bolivia, Belice, México y Estados Unidos. Pero que quede claro: importado no significa inevitable. Lo que determina el desastre es la bajita cobertura vacunal.
¿Por qué preocupa tanto el sarampión?
Porque es extremadamente contagioso. Si el COVID era un rumor que se regaba, el sarampión es un megáfono. Una persona infectada puede transmitirlo a 16–18 personas susceptibles. Es como si el virus tuviera tarjeta de fidelidad.
Además, no es una enfermedad “benigna” como algunos grupos antivacunas insisten. Puede causar neumonía, encefalitis y muerte. En el brote actual ya se reportan 28 fallecidos.
¿Y cómo reconozco el sarampión?
Pongámoslo simple:
Día 1–3: fiebre alta, tos, conjuntivitis, malestar.
Boca: manchitas de Koplik, el sello del virus. (punticos blancos en la cara interna de las mejillas, al lado de las muelas)
Día 3–5: brote que inicia en la cara y baja como cascada por el tronco y extremidades.
Sensación general: como si el cuerpo estuviera “apagando incendios”.
No es igual a la rubeola, la roséola, la alergia a medicamentos o el dengue, aunque a primera vista se confundan. Pero el patrón progresivo del exantema y la clínica lo delatan.
¿Quiénes están en riesgo?
Niños sin vacunar.
Adultos jóvenes que no recibieron refuerzo o no recuerdan su esquema.
Comunidades con baja cobertura.
Personas inmunosuprimidas.
Y aquí lo duro: una sola persona no vacunada en un grupo puede ser suficiente para encender el brote: 1 persona infectada puede contagiar a 18.
¿Se puede evitar que más países pierdan su estatus?
Según la OPS, sí. Pero hay tres claves:
Vacunación elevada y homogénea (95% en toda la comunidad).
No sirve que el promedio sea 98% si hay barrios enteros en 60%.Vigilancia epidemiológica sensible.
Detectar importados rápido. Si un país dice que “nunca recibe casos importados”, preocúpese: seguramente no está mirando bien.Respuesta rápida.
El virus no espera. Si se sospecha, se aísla. Si se diagnostica, se actúa. Si se duda, se vacuna.
El mensaje final
El sarampión no volvió porque “quiso”; volvió porque le abrimos la puerta bajando las coberturas. Y si algo aprendimos en salud pública es que la vacuna no es perfecta, pero un mundo sin ella es un desastre perfecto.
Volver a eliminarlo es posible. Pero requiere disciplina, ciencia y ese compromiso colectivo que en medicina vale más que cualquier receta.
Porque, seamos honestos: en 2025 hay cosas que deberían estar de moda… pero el sarampión no es una de ellas.
Hasta el próximo viernes,
Barcha

